7.6.08

Por una Biotecnología Ambientalista.

JPVC

Resulta asombroso constatar como el desconocimiento generalizado de las nuevas áreas científicas tiene actualmente en nuestro país consecuencias sorprendentes y dramáticas, sobre todo cuando los actores sociales implicados en la toma de decisiones tanto públicas como privadas se ven obligados a un ejercicio de opinión que se sostiene sobre argumentos desinformados, endebles o burdamente erróneos.

A finales del año pasado se se nos invitó a participar en un debate radial conducido por Guillermo Ochoa cuyo título era: “El Gobierno Federal está a punto de autorizar la entrada del maíz transgénico: será esta la medida que acabe con la pobreza del campo mexicano?”. La pregunta me pareció tan inapropiada, que no pude dejar de imaginar títulos para futuros debates en el mismo programa. Por ejemplo: “El mexicano Carlos Slim es desde hoy el hombre más rico del mundo; será este logro el que acabe con la pobreza en México?”; o bien: “ Paola Espinoza gana la única medalla de oro para México en Beijing; será esta la victoria que acabe con la inequidad de género y las muertes en Ciudad Juárez?".

Durante los últimos años los medios han estado plagados de señalamientos que alarman sobre los supuestos efectos nefastos que la biotecnología tiene sobre la salud humana, el medio ambiente, o la cadena ecológica. Si bien la polémica generalmente se enfoca a los productos de la ingeniería genética, la estridencia del reclamo ensordece cualquier diálogo en torno a las ciencias de la vida, a tal grado que mi amigo Don Ruperto, jardinero de Irapuato, con mucha preocupación se preguntaba si al haber secuenciado el genoma del maíz no habriamos provocado un escape incontrolable de genes que invadiera las milpas guanajuatenses, lo que confirmaría su predicción de que mis colegas y yo terminaríamos irremediablemente en el “bote".

La manipulación informativa está dejando profundas sequelas en una sociedad cada vez menos acostumbrada al ejercicio de la razón. La peor crisis que padece México no ha sido electoral, tampoco fiscal, mucho menos financiera o energética. La peor de las crisis actuales es la del pensamiento mexicano; me refiero al pensamiento libre, antagonista al discurso militante del que lucha por una causa sin tener fundamentos claros que sustenten sus convicciones. Se nos olvida razonar, pues constantemente el pensamiento libre se ve disuadido, atenuado, diferido para otros tiempos. La ausencia de pensamiento esta llena de pequeñas convicciones fiebrosas, de acusaciones infundadas, de quejas ilegítimas, de intereses partidistas, personales o financieros. Sin duda la naciente biotecnologia mexicana - a la que tanto camino le queda por recorrer para demostrar a ciencia cierta su valor cultural y su impacto social – no ha escapado a esta profunda atenuación del pensamiento.

Me parece que se vuelve urgente reflexionar e imaginar alternativas que, al compensar poco a poco el debate estéril, vengan a cambiar de manera radical la percepción que se tiene sobre las oportunidades de desarrollo que ofrece la biotecnología en México. Podemos tal vez comenzar a desarrollar una biotecnología cercana a los sentimientos de una Nación que se preocupa por problemas ambientales urgentes y de enorme trascendencia: la escasés de agua, la contaminación de costas, lagos y ríos, la depredación forestal, la preservación de especies en peligro de extinción (tanto animales como vegetales), el flujo de rasgos transgénicos a través del polen, las consecuencias del aumento en la concentración de bióxido de carbono y de ozono, son todos ejemplos de problemas que pueden ser atacados con herramientas biotecnológicas. Es quizás tiempo de promover una biotecnología mexicana ambientalista que venga a compensar algunas de las torpezas comerciales y tecnológicas que se cometieron con la introducción de la primera generación de organismos transgénicos y su llegada a México.

Al no tener una Política de Estado en materia de ciencia y tecnología, resulta natural que el debate entorno a la biotecnología esté dominado por individuos con identidad monocromática. De la misma manera que la identidad de una persona puede ser por ejemplo, la de una mujer portuguesa, feminista, vegetariana, conservadora en asuntos fiscales, parisina y fanática de Brad Pitt, tengo la esperanza de que algún día tengamos un ejemplo de jóven mexicano, empresario, simpatizante del PRD, militante de Greenpeace en defensa de la ballena gris, y productor de plantas genéticamente modificadas para luchar contra la deforestación. Guardo la esperanza de que el surgimiento de ciudadanos que antepongan la razón a la elección haga renacer el México plural que tanta falta nos hace en estos agotados tiempos de displicencia intelectual.